El 3 de diciembre de 1083 nació en el Palacio Imperial de Constantinopla Ana Comnena, hija primogénita del emperador Alejo I Comneno (del cual hablamos en el artículo Emperadores Bizantinos: de Constantino VIII a Andrónico I (1025-1185 d.C.)  publicado el número 52 de nuestra revista) y de su esposa Irene Ducas, en la “Cámara Purpura” lo que la convertía en una “porfirogénita”, un título usado para enfatizar y legitimar la ascendencia real de los hijos de los emperadores. Recibió una excelente educación que llegó a convertirla en una verdadera erudita en literatura, historia, geografía, matemáticas y filosofía. La poesía antigua fue lo único que se le prohibió estudiar por la glorificación de dioses y mujeres poco recatados. Esta prohibición no hizo mas que alentar a la muchacha a estudiarlo a escondidas, por lo que en general, fue una de las mujeres mejor educadas de su época.

Alejo I, al no tener hijos varones, pronto prometió a su hija con Constantino Ducas, hijo de su antecesor al trono, Miguel VII y María de Alania, siendo este proclamado heredero del Imperio Bizantino. El nacimiento del primer hijo varón, trastocó el destino de Ana. Su compromiso con Constantino se rompió, y pronto volvieran a prometerla con Nicéforo Brienio, con quien se casaría con tan solo 14 años en el 1097. Nicéforo, proveniente de una familia aristocrática era también un hombre de estado, general e historiador, con quien Ana, a pesar de haber sido unida a él por cuestiones políticas, tuvo un prolífico matrimonio que duró 40 años.

Las ansias de poder y querer ser coronada emperatriz la llevaron a conspirar, junto con el apoyo de su madre, contra su hermano Juan y proclamar heredero a su marido, Nicéforo. La trama no tuvo éxito y Juan fue finalmente proclamado emperador a la muerte de su padre en el 1118. Ana lo quiso intentar de nuevo, pero la negativa de su esposo y el descubrimiento del complot la despojaron de todas sus propiedades y su estatus familiar, además de exiliarla en el monasterio de Kecharitomenene junto a su madre y su hermana. Por su parte, Nicéforo acabo siendo uno de los más fieles consejeros del nuevo rey.

Pero aquí empieza la faceta más importante de Ana Comneno, la que la convertiría en una de las primeras mujeres historiadoras. En este aislamiento, siguió estudiando historia y filosofía. Al morir su esposo en 1137, recogió el testigo y continuó con la labor que este había emprendido relatando la historia durante el reino de su suegro. Bajo el nombre de La Alexíada, Ana se propuso contar la historia de su padre y de su reinado en quince tomos, convirtiéndose en una de las fuentes fundamentales de los acontecimientos del periodo bizantino de finales del siglo XI.

En sus páginas encontramos una descripción detallada del armamento, las tácticas y las batallas de Alejo I. Habla también de la Primera Cruzada desde una perspectiva bizantina, de como se sintieron ante la llegada de los europeos y da a conocer muchas historias de ese momento al estar su propio marido en involucrado en ella. Los retratos que hace de algunos de los participantes en la cruzada tienen también especial interés, apareciendo en su obra nombres como el de Godofredo de Bouillón, Bohemundo de Taranto, un normando al que consideraba un auténtico bárbaro pero que parece que le producía a la vez cierta fascinación o el de Roberto Guiscardo. Además, La Alexíada mostró también las campañas militares de su padre contra los turcos, pechenegos, cumanos y normandos.

La fecha de su muerte no esta del todo clara, se cree que pudo ser cinco años después de la publicación de su obra entorno al año 1150. Sin saberlo, Ana Comneno había escrito una obra de gran importancia para la historiografía posterior, detallando el momento preciso del inicio de las cruzadas desde una perspectiva griega, siendo este un periodo extensamente estudiado y que genera mucho interés.