En el nacimiento de la historiografía moderna, muchos de los pensadores que formaron parte se olvidaron de incluir a todas aquellas mujeres que durante la Edad Media y la Edad Moderna ejercieron profesiones, generalmente atribuidas a los hombres, o que usaban practicas de poder de forma similar a la de ellos. Así, filósofas, médicas, pintoras, nobles que ejercieron el patronazgo artístico, coleccionistas, entre muchas otras, quedaron relegadas en la historia y sus acciones fueron atribuidas, en el mayor de los casos a sus padres, esposos o hermanos.
El Caso de Jacoba Felicie no fue distinto. Aunque su labor no fue atribuida a ningún hombre de su entorno, fue juzgada por practicar la medicina durante el siglo XIV, una profesion que no podria ser ejercida para las mujeres fuera del ámbito doméstico y que por tanto, realizada de forma profesional por una mujer era considerada ilegal. Jacqueline Felice de Almania nació en Florencia a principios del siglo XIV, posiblemente en el seno de una casa noble, y vivió prácticamente toda su vida en París donde ejerció su labor como médico, ejercicio que practicaba con destreza y con una elevada tasa de éxito.
Trataba tanto a mujeres como a hombres, algunos incluso habían sido examinados con anterioridad por los médicos licenciados en la Facultad de medicina de París, cuyos remedios no habían dado los resultados esperados. Esto irritó a este sector que veían como una mujer y sin licencia, era reconocida y visitaba a los pacientes, prescribía pociones y examinaba a los enfermos. Además, no les cobraba a no ser que se curaran después del tratamiento.
En el año 1322 el decano y los maestros regentes de la Facultad de Medicina de París denunciaron la actividad de Jacoba y fue llevada a un juicio que duro varios meses. Durante el juicio la acusación acusó a Jacoba de no saber leer ni escribir, ni de poseer ningún estudio ni licencia, y por tanto, era considerada ignorante en el arte de la medicina, algo que se contradecía con los testimonios de los testigos de la acusación que llegaron a decir de ella que “era mucho mas sabia en la cirugía y la medicina que cualquier otro médico de París.”[1] La acusación afirmó que Jacoba hacía lo que hacía durante el proceso de curación sin saber el porqué, sin entender las causas y los síntomas que debía tratar, y que su éxito se debía al puro azar y no al conocimiento de la medicina. Este argumento fue un intento de hacerla pasar por impostora o imitadora de los verdaderos médicos, pero el temor llego tras el exhaustivo interrogatorio a los pacientes donde se demostró la verdadera habilidad de Jacoba como médico.
En su defensa, Jacoba aludió su papel como mujer en el tratamiento de otras mujeres, que se sentirían menos avergonzadas al ser examinadas por ella que por un médico varón. El hecho de que Jacoba tuviera un gran conocimiento del cuerpo femenino provocaba pavor a los hombres de la época, que, se habían cuidado muy bien de que dichos “secretos” nunca llegasen a ser conocidos por las propias mujeres. El éxito de Jacoba puede explicarse con la creación de un vínculo de confianza entre ella y sus pacientes, que empezaba por el propio compromiso del paciente a querer ser curado y su propia diligencia y perseverancia a la hora de visitarlos, algo que hacia casi a diario y que se reforzaba con su gran amabilidad.
La sentencia final resultó en una advertencia a Jacoba de ser excomulgada y multada con el pago de 60 libras parisinas si volvía a ser vista ejerciendo la medicina fuera del ámbito doméstico, pues consideraron que la mente femenina no estaba capacitada para estas actividades médicas y que solo un hombre podía entender con claridad la medicina. Este juicio, esta sentencia y este razonamiento sirvió como antecedente para la prohibición de las mujeres al acceso de estudios universitarios en la Facultad de Medicina de París y a la obtención de licencias, algo que no pudieron hacer hasta bien entrado el siglo XIX.
[1] «[ …] quod audivit dici a pluribus quod ipsa est sapientior in arte cirurgica et medicine quam magister medicus et cirurgicus qui sit Parisius». CUP, nota 1, p. 260.
Otras mujeres médico de la historia:
Dorotea Bocchi o Bucca: Catedrática de Medicina y Filosofía Moral durante el siglo XV por la Universidad de Bolonia, que si permitía el acceso a las mujeres a las ciencias, sucedió a su padre en el cargo.
Constanza Calenda: Doctorada en medicina por la Universidad de Nápoles, se especializó en oftalmología en 1493.
Dorothea Christiane Leporin: Primera médica alemana, hija del médico del Rey de Prusia, quien permitió su acceso a la universidad en 1741. Tras casarse y formar una familia (con cuatro hijos, ni mas ni menos) aprobó todos los exámenes de la Universidad de la Halle en 1754 a la edad de 40 años.
Anna Morandi Manzolini: Cursó medicina en la Universidad de Bolonia durante el siglo XVIII y posteriormente fue catedrática de Anatomía en la universidad.
Henriette Faver Caven: Obtuvo su titulación en medicina quirúrgica a principios del siglo XIX en la Universidad de París bajo el apodo de Henri Faver. Formo parte del ejército de Napoleón y terminó en Cuba donde se reveló que era una mujer. Fue la primera mujer en ejercer la medicina de forma legal en la isla y precursora del movimiento feminista a nivel mundial.
Dolors Aleu i Riera: En España, Dolors Aleu ingresó en la Facultad de Medicina en 1874 convirtiéndose en la primera mujer licenciada en esta materia en 1879. Tras un largo periodo burocrático de 3 años, logro ser la segunda mujer en obtener el título de doctora en 1882, especializándose en ginecología.